martes, 3 de marzo de 2009

La tarde



Me gustan las manzanas;
verdes.
Como en el suelo
y las gaviotas vuelan.
Atardece.
No importa,
hay una buena vista
de aquí al final del muelle.
Yo mismo tengo una sombra
que resplandece,
y las copas de las palmeras
se mueven acariciadas de calor.
Un barco está quieto al fondo,
en el mar.
Tiene una vela blanca
y dos personas parecen hablar.
Si lo ves detenidamente
desaparece,
pero yo constato que es real
porque puedo sentir las formas
y hacerlas bailar.
Encuentro la paciencia en el silencio,
la sinceridad en la calma.

Las arenas del desierto,
tú puedes olerlas y sentirlas,
guardarlas en el zapato,
soltarlas al aire que se dobla
en tu mente.
E incluso el sonido de mi guitarra
es perfecto
cuando nadie más escucha
y expando ávidamente
el arte;
el alma desvaneciéndose.

Podríais estar todos muriendo,
o podría brotar fuego de la tierra
y quemarme.
Podríais congelar la mirada,
Soltar una moneda,
decir que es bonito,
"suena bien",
que por qué lo hago.
yo no pararía
ni un momento.

Dibujaría un camello,
y pensaría un desierto,
imaginaría un oasis
y no tener jamás que volver.
Disminuiría una quinta,
y suspendería una cuarta,
me pararía en una nota sostenida,
que haría menor
porque eso me apacigua
y entiendo,
entiendo al fin las cosas.

De pronto todo languidece
y resulta claro
y revelador.
Lo más real que puedas sentirlo es lo más abstrato,
pienso.
un equilibrio a veces roto por mentiras
que creamos inutilmente.
Te recomiendo aquella infusión,
aquella tarde,
tener paciencia,
sentarte a ver el cielo.
el placer de ver el cielo,
de ver los barcos atracados,
de ver los fuegos
ensordecedores.
Enamorarte y
morir enamorado.
Pero el único fin que hay en esto
es expresarme.

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