domingo, 9 de agosto de 2009

Los santos no van al cielo.



A veces puedo ver como las cosas se precipitan. En batín blanco y haciendo cola. O metido en un pequeño coche con ese olor mareante, aparcando en un centro comercial. Me moriría antes de sacar la lengua o empezar yo sólo una conversación. Por supuesto, tengo mis pequeños secretos.
Pero en mi falta de ética y afecto subyacen pesadillas. No podré sublimar mi instinto mientras la pastilla se diluya. La miraré atentamente; es efervescente y me gusta verla desaparecer. ¿Dónde está...? Vaya con Dios, señor.

Creo que soy como tú, los años cincuenta y las limusinas, el jazz, la buena educación, la doble moral y la iglesia presbiteriana. Nashville, Tennessee. J.D. Salinger, Michael Stipe. Soñar eternamente.

Todavía pienso en eso algunas noches.

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